En el Dominio de la Muerte estaba todo preparado para recibir al Maestro. La Muerte, junto con La Muerte de las Ratas y Albert habían decorado la estancia con motivos más grises, para ayudar a la adaptación de su nuevo inquilino. Mientras esperaban, La Muerte sintió de nuevo aquella sensación que hacía que todos sus huesos entrechocaran entre sí; nervios lo había llamado Albert.
Finalmente la puerta se abrió con un teatral gruñido y un redoble de platillos; la ocasión no era para menos.
—¡AH...! ¡LE DAMOS LA BIENVENIDA, MAESTRO!
—¡Um! ¡Hola! Imaginaba que me acompañarías hasta aquí.
—HEMOS ESTADO PREPARANDO SU LLEGADA.
Terry observó con detenimiento los preparativos: guirnaldas, globos, serpentinas suspendidas en el vacío..., todo negro. Había que reconocer una cierta falta de imaginación, pero esa no era una de las virtudes de su anfitriona.
— Muy... acogedor. Gracias
—¡IIICCC! ¡IIIIIC!
—Yo también tenía muchas ganas de conocerte. El placer es mío.
Al unísono, ambas figuras estiraron los brazos y unos paquetes envueltos en papel negro y lazo negro aparecieron de repente. Las dos figuras encapuchadas sonrieron (aún más).
—¡Oh...! ¡Qué detalle! No os tendríais que haber molestado.
—¡IICC!
—De acuerdo, primero el tuyo.
Terry se agachó y recogió el paquete que le ofrecía La Muerte de las Ratas, lo desenvolvió y lo extendió frente a él para observarlo con detenimiento. Luego se lo puso.
—¡Es perfecto! ¡Y el sombrero todo un detalle! Gracias.
—¡IIIC!
—¡MAESTRO!
Terry cogió el paquete que le entregaba La Muerte y, aunque el envoltorio no dejaba duda alguna a la imaginación, logro esbozar una perfecta O de sorpresa en sus labios a medida que arrancaba jirones del negro papel que lo envolvía.
Terry buscó en vano un espejo en el que poder verse, aunque comprendió que La Muerte no tuviera ninguno en sus aposentos; debía ser extraño para ella enfrentarse a una imagen de sí misma.
—¡Bueno! ¿Y eso es todo?
—¡ICCCC!
—¡Ah...! ¿Aquí también?
—OH... ES UN MERO FORMULISMO
Terry firmó el documento que le ofrecían y observó como La Muerte lo enrollaba y lo hacía desaparecer en algún lugar de su túnica.
Ambos personajes miraron con expectación al Maestro.
—BUENO, PUES ME IMAGINO QUE YA ESTÁ —Terry sonrió (aun más) envuelto en su elegante túnica negra, con su sombrero de ala ancha en vez de capucha y una L bordada en tonos más grises en el costado derecho del pecho—. ¡CUANDO EMPEZAMOS!
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